Mariemma bailarina

Amar la Danza. “lo que se ignora no se ama”

…/..Creo que es lo único que verdaderamente he tomado en serio en esta vida. Esta libertada me ha permitido hacer lo que únicamente me interesaba: bailar.  Mariemma

Mi niñez, por Mariemma

Nacida en Íscar, pueblo de la provincia de Valladolid tuve una madre que era la bailarina con más donaire de aquel lugar. De ella aprendí los fandangos, las sevillanas, las jotas…Ella fue la primera que me enseñó a amar la danza.

Mi niñez ha sido muy bohemia, como lo sigue siendo mi vida, a pesar de haberme entregado de manera total a la danza. Yo creo que es lo único que verdaderamente he tomado en serio en esta vida. Esta libertada con que he vivido me ha permitido hacer  lo que únicamente me interesaba: bailar.

Antes de formar parte de los petits rats (así llaman a los pequeños profesionales) del Teatro del Châtelet de París, ya hacía mis pinitos no sólo como bailarina, sino como coreógrafa y directora con los niños de mi edad y de mi barrio. Había un descampado en una calle cerca de mi casa y allí nos reuníamos, no sin antes tener la precaución de sustraer unas sábanas de los armarios de mi madre, que me llevaba a escondidas.

En cada punta hacía un agujero, por los que pasaba unas cuerdas que me había procurado, y tensándolas, colgaba las sábanas a modo de decorado. Como ahora, escribía mis argumentos, que eran siempre trágicos. El papel más trágico era el mío. Recuerdo uno de ellos en el que yo representaba a la hija de unos príncipes y éstos me habían abandonado. Mis padres actuales me habían recogido. Añoraba a mis padres príncipes. Lo vivía tanto que llegué a creérmelo. Al final, como en los entremeses de Cervantes, bailábamos.

Todo  este espectáculo que representaba cuando podía escaparme de casa, cambiando de guión y de bailes a mi antojo ya que era a la vez coreógrafa, intérprete y directora, lo veía un pintor que se llamaba Agnès y que tenía su estudio justo enfrente. Llevaba, como todo pintor del París de entones, un sombrero negro blando de ala ancha y a modo de corbata un gran lazo que colgaba. Esto ocurría antes de cumplir yo nueve años.

El pintor se interesó por mí, creyendo que yo estudiaba baile, cuando sólo bailaba lo que imaginaba y me venía en gana en aquel momento. Agnès habló con mi madre. Allí encontró otra entusiasta de mis habilidades. Ésta, con una tarjeta del pintor, que conocía a la profesora de Danza Clásica del Teatro del Châtelet –una rusa que se llamaba madame Gontcherova-, me llevó hasta ella. En pocos días hizo de mí una profesional. Debió de ser porque veía las ganas que tenía de bailar.

Ya en el teatro me hice amiga de Noemí y Remy Bertrand, que eran las más creativas, y jugábamos, naturalmente, a bailar. ¿Qué otra cosa podíamos hacer que más nos apeteciera? Sobre todo, inventar pasos. Las tres habíamos nacido creadoras sin saberlo. Cuento todo esto porque ello me ha permitido saber más tarde que yo era creadora porque se nace con la creatividad, pero hay que desarrollarla, como se nace para bailar, o para pintar, o dibujar, o hacer música, o decir versos. El niño necesita tiempo para hacer lo que le gusta, y a los niños que les gusta un arte, hay que darles libertada para que desarrollen lo que les apetece.

En el Teatro del Châtelet, los domingos por la mañana se daban conciertos sinfónicos. Se llamaban Les Concerts Colonne. En cuanto lo supe informé a mi hermano Tomás, y con él asistí a partir de entonces, cada domingo, a los conciertos. Allí aprendíamos a escuchar la buena música. Era una novedad que me subyugaba. Además Tomás, que tenía unos pocos años más que yo y que era igual de inquieto, me hacía visitar los museo de pintura, naturalmente también el Louvre.

MARTINEZ CABREJAS, G. Y SGAE.: Tratado de Danza Española – MARIEMMA, Mis caminos a través de la Danza – Madrid 1997

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